Cuando por fin pude hacerme con aquella pequeña finca rústica que llevaba años en mi familia, en un concejo del interior de Asturias, la imagen en mi cabeza era idílica: un prado verde, un par de manzanos y el sonido del río al fondo. La realidad, sin embargo, era una selva en miniatura. Años de abandono habían convertido el terreno en un bastión impenetrable de cotoyas, helechos y zarzas que se enredaban hasta la altura de la cintura. Antes de plantar ni una sola semilla, mi primera y gran pregunta fue: ¿cuánto cuesta devolverle la vida a este lugar?
Mi ingenuidad inicial me llevó a pensar que encontraría una tarifa fija, un precio por metro cuadrado por limpieza de terreno rústico en asturias. Nada más lejos de la realidad asturiana. Mi primera llamada a una empresa local de trabajos forestales fue, en realidad, un interrogatorio que me demostró lo poco que sabía sobre mi propio terreno. El hombre al otro lado del teléfono, con la paciencia de quien ha explicado esto mil veces, comenzó a preguntar: «¿La finca tiene mucha pendiente? Porque no es lo mismo meter un tractor que tener que colgar a dos paisanos con desbrozadoras de mano».
Ahí empecé a entender. El primer factor clave era la orografía. Un desbroce mecánico con tractor en una zona llana era la opción más económica, con precios que, según me contaron, podían partir de unos 400 o 600 euros por hectárea. Pero mi finca, como tantas en Asturias, tenía una inclinación considerable, lo que disparaba la necesidad de trabajo manual, que se cobra por horas y, lógicamente, es más caro.
Luego vino la segunda pregunta: «¿Y qué tienes ahí, solo maleza o hay argayos y árboles que quitar?». Me explicó que no es lo mismo segar hierba y helechos que enfrentarse a tojos leñosos (cotoyas) de dos metros y a matorral denso. La densidad y el tipo de vegetación eran determinantes. Un terreno muy «sucio» podía duplicar o triplicar el tiempo y, por tanto, el coste.
Finalmente, estaba la cuestión de los restos. «¿Y lo que se corta, qué hacemos con ello? ¿Se puede dejar en un canto para que seque o hay que picarlo y retirarlo?». La gestión de la biomasa era un coste añadido que no había contemplado.
Tras pedir varios presupuestos, el abanico de precios fue amplio, desde los 800 hasta más de 2.000 euros para mi parcela de media hectárea. Comprendí que no estaba pagando por «limpiar», sino por un proyecto a medida. Al final, me decanté por una empresa que me propuso una solución mixta: tractor en la zona más accesible y desbroce manual en la ladera. El coste final fue una inversión significativa, pero al ver por primera vez el contorno original del prado, libre de maleza, entendí que no había pagado un gasto, sino el rescate de un pedazo de mi historia y del paisaje asturiano.
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